Migración:
Reflexiones sobre establecidos y extranjeros.
Autor: Claudia Mardones
La Migración es un tema que nos es cada
vez más familiar y aunque tal vez no sepamos con exactitud cómo definirlo
técnicamente, sabemos que consiste en el flujo o movimiento de personas de un
lugar a otro.
Según el último censo realizado el 2017[1], la población total de Chile alcanza unas 17.574.003 personas, de los cuales 7.112.808 viven en la Región Metropolitana. En esta región, un 7% corresponde a migrantes internacionales y un 10 % pertenece a pueblos originarios.
Como sabemos, la Migración es un proceso
a nivel mundial. No somos los únicos que nos hemos tenido que acostumbrar a
compartir con personas que tienen otras costumbres, otras creencias e incluso
otro idioma. Seguramente habrán escuchado sobre el muro entre Estados Unidos y
México, que el presidente D. Trump está muy interesado en construir para frenar
la migración, o la triste noticia de los niños que hace poco fueron separados
de sus padres, también en Estados Unidos y que, poco a poco, intentan volver a
reunir después del repudio mundial.
Para algunas personas, la llegada de
estos extraños que llaman a la puerta, “tiende a causar inquietud precisamente por
el hecho mismo de ser extraños, es decir aterradoramente impredecibles, a
diferencia de las personas con las que interactuamos a diario” (Bauman,
2016:15). Lamentablemente, la migración también ha generado un aumento de
conductas xenofóbicas, racistas y chovinistas.[2] Y como dijo el pastor
bautista, Martin Luther King, los seres humanos “hemos aprendido a volar, como
los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte
de vivir como hermanos”.
El tema que nos convoca se inspira en un
ensayo sociológico realizado por Nolbert Elías, titulado “Ensayo acerca de las
relaciones entre establecidos y forasteros”[3]. Allí, el autor estudió
cómo son las relaciones en una comunidad urbana, llamada Winston Parva, la cual
mostraba una profunda división en su interior entre dos grupos de clase obrera:
los establecidos y los forasteros. Lo interesante del estudio, es que es
posible observar este mismo tipo de relación entre otros tipos de grupos, “bien
se trate de…blancos frente a negros, gentiles frente a judíos, protestantes
frente a católicos, y viceversa, hombres frente a mujeres…” (Elías, 1965: 220) que al igual que los establecidos
de esta comunidad, se perciben así mismos como superiores y mejores seres
humanos que los forasteros, a quienes veían como inferiores. Este ensayo, por
lo tanto, puede servir como un modelo aplicable a otras figuraciones más
complejas. El autor asegura que esta “es la misma imagen de sí mismos habitual
entre aquellos grupos que, en lo concerniente a su grado de poder, son
superiores a otros grupos interdependientes” (Elías, 1965: 220).
¿Pero a qué conclusiones llegó? N. Elías
se dio cuenta que los establecidos evitaban todo tipo de relación con los recién
llegados, los excluían, los consideraban desarraigados, por eso los denominaban
forasteros. Pero, además, los estigmatizaban, los creían mal educados y sucios,
por lo cual los consideraban inferiores. Mientras que los forasteros, parecían
aceptar estos calificativos, señala el autor, con una resignación
desconcertante. Lo curioso es que no había ninguna otra diferencia entre ellos,
no había diferencia de clases social, ni ocupación (eran todos obreros), ni de
nacionalidad, ni de origen étnico o color de piel, lo único que los
diferenciaba era haber llegado a esa comunidad en tiempos diferentes, unos eran
residentes antiguos y otros eran recién llegados.
Pero ¿Qué llevaba a los establecidos a
erigirse como superiores ante los forasteros? El autor llega a la conclusión
que los establecidos, tenían un grado de cohesión grupal que les permitía una
identificación colectiva y la construcción de normas valoradas y respetadas a
nivel de comunidad. Esa cohesión grupal ejercía al mismo tiempo un alto grado
de control social, lo que facilitaba el distanciamiento con el grupo extraño de
forasteros. Estos últimos eran extraños no solo para los establecidos, sino
también entre ellos mismos.
Pero ¿Qué relación encontramos entre los
establecidos y los forasteros de N. Elías, y el tema que nos convoca
-Migración: Relaciones entre establecidos y extranjeros?
Nuestra sociedad actual día a día se
está conformando y configurando con la llegada de nuevos individuos, que tal
vez percibimos como extraños ya que son de otras naciones, tienen una cultura
diferente, otras costumbres y prácticas, hablan otros idiomas, practican otra
religión, etc. Y también es probable que, por vivir en esta ciudad, al momento
de la llegada de los inmigrantes nos sintamos con más derechos que ellos, nuestros
lazos de amistad estén más cohesionados, y gocemos de un cierto estatus en el
trabajo o la iglesia, lo que nos hace sentir mejores. No obstante, es posible
también que estemos pensando en algún amigo extranjero, al que hemos aprendido
a querer y aceptar, pero ¿Nos pasa lo mismo con todos los extranjeros que están
llegando a nuestro país? ¿Cómo son nuestras relaciones con aquellos que
sentimos o percibimos como extraños? ¿Será que nuestra cohesión grupal, nos
hace tener un trato diferencial con algunas personas? O ¿Podemos decir que
nuestras relaciones interpersonales son horizontales, de igual a igual con
todos?
Para muchos, la llegada de olas migratorias
causa más bien temor, se piensa, tal vez, que su llegada puede alterar la
posibilidad de conseguir alguna vivienda social, u obtener algún trabajo ya
que, al aumentar la obra de mano más barata, o quizás al revés, al aumentar la
oferta de trabajadores cualificados, las posibilidades de empleo son menores. Quizás
para otros el temor está asociado al aumento de la violencia, el cual vinculan
consciente o inconscientemente con la llegada de algunos extranjeros.
Mantener la paz y el orden en la
sociedad es algo que todos deseamos, pero es algo que se teme perder cuando
llegan personas que no conocemos o que no conocen nuestras leyes. Existe el
temor a que los extraños desestabilicen la cohesión que como comunidad hemos
construido.
¿Pero qué pasa con los extranjeros, qué
sensaciones, qué pensamientos traen? Por lo general, incertidumbre,
desesperanza, ilusiones rotas, etc. Si bien podemos agrupar a los inmigrantes
en dos grupos generales, a unos que migran por decisión propia buscando mejores
oportunidades en educación, trabajo y a otros que migran porque no tienen otra
opción, porque han tenido que escapar de sus países debido a guerras,
conflictos políticos, persecución religiosa, o porque de donde vienen no hay
nada que los impulse a salir adelante, debemos reconocer que cada inmigrante
trae consigo una historia singular, una realidad vivida irrepetible. Podríamos
hacernos una vaga idea sobre sus sentimientos, sensaciones, pero sólo son
comprendidos por aquellos que han vivido circunstancias similares como
extranjeros y que, en muchos casos, han tenido que aceptar un trato humillante
por parte de los establecidos.
La teóloga Nancy Bedford (2016), trabajó
el tema de la migración desde su propia experiencia al vivir como extranjera. La
autora plantea que Jeremías 29: 5-7 fue un pasaje bíblico inspirador en esa
etapa de su vida.
«Construyan casas y habítenlas; planten
huertos y coman de su fruto. Cásense, y tengan hijos e hijas; y casen a
sus hijos e hijas, para que a su vez ellos les den nietos. Multiplíquense allá,
y no disminuyan. Además, busquen el bienestar de la ciudad adonde los he
deportado, y pidan al Señor por
ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad».
Jeremías
29:5-7 (NVI)
Pero ¿Por qué era tan importante,
establecerse para los israelitas cuando fueron exiliados en Babilonia y no
pensar que sólo estaban de paso? Porque era la nueva tierra que Dios le había
dado, no habría otra por un largo tiempo. Y mientras ese lugar tuviera paz y
bienestar, ellos también podrían tener una vida de paz. La autora, no obstante,
aclara que este ejercicio de “plantar, construir o traer hijos al mundo en este
contexto no constituye una simple asimilación a la cultura dominante, sino que
es una forma de resistencia y de negociación que permite recrear la cultura y
las creencias de origen en una nueva situación”, la autora incluso agrega que
la “asimilación de Jeremías 29 no apunta a un suicidio cultural…sino todo lo
contrario (Bedford, 2016: 280). La idea de habitar otro lugar, con otras
creencias y culturas, si bien puede incluir un proceso de adaptación al nuevo
medio, a los modismos del lenguaje o a ciertas prácticas, no significa borrar la
propia identidad, sino todo lo contrario, significa recrear y resignificar las
creencias y la cultura de origen. Como señala Bedford es una forma de
negociación entre lo local y la cultura de origen, para la configuración de la
propia subjetividad. De esta manera, debieron “reinventarse como pueblo
seguidor del Dios del Éxodo, dando pie al judaísmo de la diáspora que ha podido
mantenerse de diversas maneras hasta hoy” (Bedford, 2016: 280).
Tengamos presente que nuestra forma de
referirnos o tratar a los demás afecta la construcción de identidad de los
demás, pero también nuestra propia identidad, quién creemos ser. De ahí la
importancia del respeto al otro, respeto al extranjero, al que es profesional y
viene con una buena situación económica, pero también a aquellos que no han
tenido la oportunidad de superación. Si bien entre ellos y nosotros hay
diferencias externas, ya que cada ser humano es único, ante el Señor, nuestro
creador no. “Tú y el extranjero son
iguales ante el Señor”
(Núm. 15:15).
Recuerdan ¿Qué le dijo Dios al pueblo de
Israel, sobre cómo tratar a los extranjeros?
“Cuando algún extranjero se establezca en
el país de ustedes, no lo traten mal. Al
contrario, trátenlo como si fuera uno de ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos,
porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor y
Dios de Israel”.
Levítico 19:33 y
34 (NVI)
Dios no quería que Israel olvidara su pasado como extranjero, ya que
teniendo en la memoria lo que es vivir como extranjero, les sería más fácil amar
y dar un buen trato a los extranjeros que habitaban en medio de su comunidad.
En Jeremías
22:3 (NVI) también encontramos:
“Así dice el Señor:
‘Practiquen el derecho y la justicia. Libren al oprimido del poder del opresor.
No maltraten ni hagan violencia al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni
derramen sangre inocente en este lugar”
Nuestro deber como hijas de Dios, es
acoger al extranjero en nuestra sociedad y en nuestra comunidad. Debemos ver a los
extraños como uno de nosotros, y reconocer que tienen el mismo derecho a vivir
y establecerse en esta tierra. Debemos orar por ellos para que les vaya bien, igual
como queremos que nos vaya a nosotros. Recordemos las palabras de Pedro en Casa
de Cornelio:
“Ahora
comprendo que en realidad para Dios no hay favoritismos”
Hechos
10:34b (NVI)
Como hijas de Dios, también debemos,
practicar nuestra fe sin favoritismos.
Hermanos míos, la fe que tienen en nuestro
glorioso Señor Jesucristo no debe dar lugar a favoritismos.
Santiago
2:1(NIV)
Además, debemos reconocer que todos estamos
de paso en esta tierra, y que nosotras, como hijas de Dios, somos extranjeras
en este mundo, ya que nuestra verdadera ciudadanía está en los cielos:
“En cambio, nosotros somos ciudadanos del
cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo”.
Filipenses 3:20 (NVI)
Bibliografía
Elías,
N. (1965). “Ensayo sobre las relaciones entre establecidos y forasteros”.
Disponible [En Línea] https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/832111.pdf,
consultado el 13 de julio de 2018
Bauman,
Z. (2016). Extraños llamando a la puerta (1ªEd.). Buenos Aires: Paidós.
Bedford,
N. (2016). “La subjetividad teológica en movimiento: reflexiones desde una teología
feminista en la migración”, en Teología feminista a tres voces (pp.277-310).
Santiago de Chile: Ediciones Universidad Alberto Hurtado.
[1] INE, http://www.censo2017.cl/wp-content/uploads/2018/05/presentacion_de_la_segunda_entrega_de_resultados_censo2017.pdf
[ En línea]Consultado el 12 de julio de 2018
[2] La xenofobia es el miedo, rechazo, desprecio u odio al
extranjero, puede incluir agresiones verbales o físicas. El término chauvinismo
o chovinismo hace referencia a la preferencia
excesiva por todo lo nacional con desprecio de lo extranjero.
[3] Este trabajo lo realizó en conjunto con John L. Scotson, en 1965. Disponible [En Línea] https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/832111.pdf,
consultado el 13 de julio de 2018
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