viernes, 31 de julio de 2020

Caminando sobre el mar


Ana María Urrutia

“Ven —dijo Jesús.

Pedro bajó de la barca y caminó sobre el agua en dirección a Jesús.  Pero, al sentir el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó:

—¡Señor, sálvame!”

Luego de este encuentro de Pedro con Jesús, ahí en medio del mar y la tormenta, Jesús pregunta a Pedro “¿por qué dudaste?”. La biblia nos relata una y otra vez momentos en los que el hombre duda, momentos de inseguridad, aflicción y muchos momentos de caída. Ninguno de estos momentos es narrado para cuestionar el hecho del que el hombre duda, justamente lo contrario. Dudamos, nuestra razón golpe tan fuerte nuestra mente que nos paralizamos frente a las circunstancias de nuestra vida que no conocemos, frente a esos momentos en los que no sabemos qué hacer porque recordamos que somos frágiles, tal cual como Pedro que “…al sentir el viento fuerte, tuvo miedo y comenzó a hundirse”. Momentos así hacen que poco a poco comencemos a hundirnos, los problemas nos agobian de tal manera que no sabemos como caminar en medio de la tormenta. “En seguida Jesús le tendió la mano y lo sujetó” Él nos llama a caminar sobre esas aguas, es él quién nos dice “ven”, Él está seguro de que vamos a llegar, pues está con su mano extendida esperando a que crucemos. Sin embargo, el evangelio nos lanza la pregunta, para recordarnos que dudar es normal. Si salimos de esa tormenta es por qué Jesús estuvo ahí extendiendo su mano para levantarnos.

Ninguna de nosotras tiene la capacidad de enfrentar las dificultades solas. Esa mano extendida de Jesús la necesitamos, pues todas somos aquel Pedro que duda. Pero también podemos ser aquella mano que ayuda. Todas somos invitadas a ser un reflejo de Dios. A veces vamos a ser Pedro, confundidas, agobiadas, frágiles, sin saber qué hacer y cómo levantarnos en medio de esa tormenta. Pero también podemos ser la mano de Jesús en la vida de muchas, esa mano que se extiende para ayudar, para levantar y para recordar la pregunta que el evangelio nos hace una y otra vez: ¿Por qué dudaste?, no con la intención de juzgar, sino con la intención de recordar que podemos, podemos cruzar, podemos salir de aquel momento de aflicción. Si dudamos, que sea para recordar que quien nos llama es aquel que está con la mano extendida creyendo en nosotras.

Permitámonos ser Pedro, aceptemos nuestros momentos de aflicción, eso nos hace aún más merecedoras del amor de nuestro Dios. Pero también estemos atenta y seamos en la vida de muchas la mano de Jesús que se extiende para ayudar.


miércoles, 15 de julio de 2020


Quédate en Casa


Elizabeth Palma Gallardo

!Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de los ejércitos!  Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.  Aun el gorrión halla casa, Y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, Cerca de tus altares, oh Jehová de los ejércitos, Rey mío, y Dios mío.  Bienaventurados los que habitan en tu casa; Perpetuamente te alabarán. Selah. Salmos 84:1-4 (RVR 1960)


En estos casi cuatro meses de confinamiento y cuarentena una de las frases que más hemos escuchado es “Quédate en casa”, la hemos escuchado en distintos tonos, desde una invitación hasta una obligación. Se la hemos escuchado a autoridades sanitarias, políticas y hasta a parte de nuestra familia.

Meses antes de la pandemia, cuando estábamos inmersos en nuestras actividades, sin tiempo para nada, lo que más anhelábamos era poder estar un día en casa tranquilos; si nos sentíamos enfermos, nos decían quédate en casa y casi de manera automática al otro día nos sentíamos mejor. Desde siempre se ha visto (o al menos en la mayoría de los casos) que las personas perciben la casa, como un lugar donde guarecerse, donde sentirse seguro, donde poder renovar las fuerzas, encontrar cariño, etc.

Abraham, Moisés, David y muchos otros hombres y mujeres de la Biblia veían a Dios como su refugio, torre fuerte, su más alto escondite, su roca firme, el lugar donde sus vidas realmente estaban seguras, al igual como nosotros hoy vemos nuestras casas.

Después de leer el libro de los Salmos, podemos deducir que para el rey David, la casa de Dios tenía un lugar predilecto. Más de 25 veces, menciona la casa de Jehová, y al hacer referencia a este lugar lo hace de una manera muy especial implicando que es uno de sus lugares favoritos y queridos por él. Solo como una pequeña muestra, el salmo 27:4 dice “Una cosa me he propuesto y esa he deseado, estar en la casa de Dios todos los días, para contemplar la hermosura de Dios y para inquirir en las Escrituras”. El Salmo 23:6 dice “Y en la casa de Jehová morare por largos días”. Ahora lea el salmo 84:10 “Porque mejor es un día en tus atrios, que mil fuera de ellos. Escogería antes estar en la puerta de la casa de mi Dios”.

Qué impactante pensamiento: ¡Dios como nuestro hogar, una casa espiritual! Lo que indica que en Su presencia podemos estar tranquilos, renovar nuestras fuerzas, ya que Él sabe todo de nosotros, hasta nuestros más íntimos pensamientos. Así como en tu casa te sientes libre aún para andar sin zapatos por la sala o cualquier lugar de ella, en Dios tú también puedes andar en plena libertad sin temor a ser juzgado, ten la seguridad de que, en Jesús, Dios quiere ayudarte, cuidarte y bendecirte.

Por tanto, hoy en medio de la situación que estamos viviendo queremos renovar la invitación a quedarte en casa, a que te acerques confiado para recibir de Él la fuerza, guía y sabiduría que necesitas para tu diario vivir. Dios no solo quiere ser tu Señor y Pastor, también quiere ser tu morada, no solo un lugar de fin de semana o un salvavidas de último momento, Dios quiere que te quedes en casa.

Salmos 90:1 Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación.

jueves, 2 de julio de 2020


Cuidadas en medio del sufrimiento

Pamela Martínez Carvallo


El peso de las cargas es relativo, lo que para unos puede ser muy pesado, para otros puede ser más liviano, pero una carga, será siempre una carga, ya que es algo adicional que llevamos. Lo que no es relativo es la presencia de Dios en nuestras vidas.
Pablo en la su carta a los Corintios dice: Nos vemos atribulados en todo, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, siempre llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también su vida se manifieste en nuestro cuerpo (2 Corintios 4: 8 - 10). Pablo al igual que Cristo, no estuvo exento de tribulaciones, dolores y sufrimientos, por ello pudo exhortar con propiedad que en la vida nos vamos a sentir atribulados, perplejos, perseguidos y derribados.
En estos meses de crisis, ha aumentado el deterioro de la salud mental; depresión, angustia, ansiedad, dolor, irritabilidad, entre otros. ¿Cuál es nuestra posición como cristianos frente a este tema? Muchas veces se nos ha exhortado a tratar estas situaciones con ayuno, oración y alabanzas. El problema es que cuando, hacemos nuestro mejor esfuerzo y aun así los sentimientos y emociones siguen dañados se nos viene un profundo sentimiento de culpa y frustración, ¿les ha pasado? Incluso se nos ha enseñado que no debemos acudir a la medicina tradicional, ni a psicólogos, ni a psiquiatras y mucho menos a medicamentos y usamos la cita de Isaías 53:4 (entre otras) que dice: Ciertamente El llevó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores.
El castillo de naipes se derriba cuando acudimos a la medicina por nuestras dolencias físicas. Vamos al gastroenterólogo, al oftalmólogo, al dentista, etc. Pero si acudimos a un profesional de la salud mental, sentimos que hemos fallado en nuestra fe y además de todo lo que ya estamos sufriendo se nos suma entonces, la culpa.
Muchas veces se nos ha enseñado de que por ser cristianas somos exentas de todo esto, pero, aunque Cristo mismo vino a sufrir y llevar sobre él todos nuestros pecados y enfermedades, esto no nos blinda de las consecuencias de vivir en este mundo. Como el mismo dijo: en el mundo tendréis aflicción… (Juan 16:33)
Las animo a que, si estamos pasando por alguna situación de esta índole, busquemos ayuda profesional y en vez de sentir culpa agradezcamos al Señor por las herramientas que ha dispuesto para que seamos tratadas y cuidadas. La depresión es un trastorno debilitante, no la ignoremos.
Nuestra esperanza no nos avergüenza, nuestro sufrimiento o condición no nos avergüenza, porque tenemos la esperanza de que Cristo se glorificará en ello. Cuando nuestra fe se ve probada, podremos ver a Dios en medio de todo.

“Jehová está cerca de los que están quebrantados de corazón; y salva a los que están aplastados en espíritu.”