Elizabeth Palma Gallardo
Esta semana se confirmó un escenario que muchos
veíamos como probable, pero que no sabíamos cuándo podría suceder. Fue lapidario
escuchar, Santiago en su totalidad estará confinado por (al menos) los próximos
7 días.
Esta noticia generó que se volvieran a exacerbar los
sentimientos de frustración, de limitación, de encierro. Una sensación de perder
todo lo que hasta hace pocos meses atrás teníamos. En algunos casos, como
consecuencia de la pandemia se han perdido fuentes de trabajo, otros han
perdido la salud y en el peor de los casos, algunos también han perdido su
vida. Como seres humanos, cuando perdemos algo, tendemos a enojarnos, a ver esa
pérdida como un castigo. Somos como adolescentes cuestionando el castigo o la
corrección de los padres. Cuando nos enfrentamos a situaciones críticas o complejas,
no tendemos a verlas como un acto de amor que nos lleve a agradecer a Dios, por
el contrario, nos enojamos y hasta llegamos a considerarlo injusto.
En el libro de Job vemos a un hombre que lo sufrió
todo y de golpe, empezando por la pérdida de todos sus bienes (Job 1:14–17) y
de sus hijos (Job 1:18–19). Más adelante leemos que Job también es afectado en
su salud con una terrible sarna (Job 2:7–8), que sus amigos en vez de
consolarle le acusaban de pecar, y que su familia y conocidos lo dejaron a su
suerte (Job 19:13–14,19). Lo más doloroso tal vez es cuando el Señor mismo
limita su comunicación con el dejándolo por momentos solo (Job 13:24) tal como
el Salvador lo estuvo por un breve momento al expiar los pecados del mundo.
Hoy en día, muchos cristianos han visto su Fe a
prueba, porque repentinamente han perdido sus trabajos, se han visto relegados
a quedarse en casa, a esperar que algún bono o ayuda gubernamental les permita
pagar deudas y/o llegar con dinero suficiente a fin de mes, algunos han perdido
la tranquilidad, la paz, la confianza y hasta la fe. Son situaciones complejas,
porque pasamos de tener trabajo, salud, planes de viajes (todo bajo control) a
una situación de plena incertidumbre. Nos cuesta ver que, pese a lo terrible
que estamos viviendo, esto es parte de la voluntad de Dios para nuestras vidas,
y aunque extraña y difícil de asimilar, es buena, agradable y perfecta.
(Romanos 12:2 b)
A pesar de todo lo vivido, Job solo tiene alabanzas
para el Señor al aceptar la prueba y decir “Desnudo salí del vientre de mi
madre y desnudo volveré allá. Jehová dio y Jehová quitó: ¡Bendito sea el nombre
de Jehová!”. (Job 1:21) Después de enlistar todo lo que había perdido por causa de las
pruebas a pesar de ser un hombre justo, su testimonio del Salvador seguía
inquebrantable “Yo sé que mi Redentor vive, y que al final se levantará sobre
el polvo. Y después de deshecha esta mi piel, aún he de ver en mi carne a Dios,
a quien yo veré por mí mismo; y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón
se consume dentro de mí.” (Job 19:25-27)
No tenemos respuestas a las preguntas como: ¿Por qué
Dios permite esto o aquello? No podemos tratar de entender o saber a priori
cuales son los planes de Dios en estas circunstancias, por eso sólo nos queda
confiar y creer en las promesas de Dios. Como lo señala el libro de Jeremías “Porque
yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de
bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.”
El libro de Job nos muestra cómo reaccionar ante la
adversidad -con madurez espiritual y humildad- y también nos deja ver cómo el
Señor está pendiente durante toda la prueba de sus hijos. Dado lo anterior, las
quiero dejar con algunas preguntas para reflexionar: ¿Qué tan lejos estamos de
alcanzar la madurez espiritual que tuvo Job cuando comenzó a ser probado?,¿Qué
tan humildes somos para reconocer, como lo hizo Job, y decir “De oídas te había
oído; Mas ahora mis ojos te ven” (Job 42:5)
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